Mientras tanto, la vida de Diego se volvía cada día más insoportable.
Desde que me fui, empezó a darse cuenta de lo mucho que me había ignorado.
La casa, antes cálida y llena de amor, quedó vacía sin mí.
Ya no estaba yo dando vueltas por la casa, organizando, limpiando o cocinando... lo que antes era un hogar lleno de vida ahora era solo un lugar frío.
Diego no dejó de buscarme. Movió todos sus contactos, pero no consiguió ninguna pista.
Se hundió en un torbellino: sin energía, sin ganas de trabajar, con la salud quebrándose poco a poco.
Elisa, al verlo venirse abajo, se llenó de celos.
Pensó que con mi ausencia al fin ocuparía mi lugar como dueña de la casa.
Pero nunca imaginó que Diego no podía dejar de pensar en mí.
Un día, Diego volvió del trabajo y encontró a Elisa en nuestra habitación.
Ella llevaba puesta mi bata de baño y se había perfumado con mi fragancia.
Estaba frente al espejo, con una sonrisa leve, perdida en una ilusión prestada.
Al escuchar abrirse la puerta, se giró en