Cuando bajé del avión, entre la multitud alcancé a ver a mi madre, Isabela, buscándome con ansiedad. Su cabello estaba completamente blanco y su rostro lucía mucho más envejecido.
Al verme, los ojos se le llenaron de lágrimas y corrió a abrazarme con fuerza.
—Celia, por fin has vuelto.
Un nudo me apretó la garganta y apenas pude contener el llanto.
Mi padre, Hugo, estaba a su lado, con los ojos húmedos.
—Qué alegría tenerte de regreso.
—Papá, mamá... ya estoy aquí —dije, fundiéndome en sus brazos.
Las lágrimas me corrían sin detenerse. Habían pasado tres años desde la última vez que los vi.
En aquel entonces, por seguir a Diego, había cortado todo lazo con ellos y me había ido sola, lejos. Pero ahora, con mi bebé en brazos, no hubo reproches, solo el calor de su cariño incondicional.
Isabela me acariciaba el cabello con ternura y me susurró al oído:
—Celia, no tienes por qué tener miedo. Que el bebé no tenga padre no importa, nosotros vamos a cuidarlos. Tienes a tus papás, nadie les hará daño.
—Sí, hija, estamos contigo —asintió mi padre con firmeza—. Juntos no hay nada que no podamos superar.
Escuchar sus palabras me llenó de paz. El cansancio acumulado de tantos días se desvaneció en un instante.
Al llegar a casa quería descansar un poco, pero al encender la televisión apareció Diego en las noticias.
Se veía demacrado, con un micrófono en la mano y los ojos llenos de súplica:
—Celia, por favor, vuelve. He estado buscándote, nunca dejé de hacerlo. Sé que me equivoqué... pero dame una oportunidad de compensarte a ti y al bebé.
Pero yo sabía que, desde el momento en que eligió una y otra vez a Elisa por encima de mí, nuestras promesas de amor no fueron más que palabras vacías.
Apagué la televisión sin cambiar el gesto y me dirigí a mi habitación.
Justo al entrar, el celular vibró. Era un mensaje de Elisa:
"Celia, me alegra que hayas sido lo bastante lista para irte."
"Sin ti, Diego y yo somos la pareja perfecta."
"Mira, esta es la cena que me preparó Diego. ¿Te gusta?"
Adjuntó una foto. En ella, Diego llevaba un delantal, soplando con cuidado una sopa caliente para Elisa, con una mirada llena de ternura.
Leí todo con absoluta indiferencia. Esos intentos de provocación ya no me afectaban.
La bloqueé sin pensarlo y arrojé el celular a un lado. No valía la pena perder un segundo más en alguien tan insignificante.
Al bajar las escaleras, el aroma de la comida recién hecha me envolvió.
Isabela me miró con una sonrisa cálida y me llamó:
—Celia, ven, siéntate a comer.
Asentí y me acomodé en la mesa. Ella me sirvió un tazón de sopa con todo el cariño del mundo.
—Hablé con un nutricionista para que prepare tu dieta, así podrás recuperar tu salud. Y ya arreglé un servicio de cuidado infantil para la bebé, quiero que crezca fuerte y sana.
Mi padre también intervino, con su tono serio de siempre:
—Celia, ahora que has vuelto, lo primero es que descanses. En unos días podrás ponerte al tanto en la empresa. El negocio debe pasar a tus manos.
Sus palabras me llenaron de una calidez que hacía mucho no sentía.
Alguna vez renuncié a mi carrera y a mi familia por Diego.
Ahora entendía, con absoluta claridad, que solo la familia es capaz de apoyarme sin condiciones.
Mi hija, bajo el cuidado de mis padres, creció feliz y sana. Y, poco a poco, yo también volví a adaptarme al trabajo en la empresa, hasta empezar a destacar.
Al principio, algunos accionistas dudaban de mí.
Creían que, por ser joven y mujer, no tendría la capacidad de manejar el negocio.
No discutí con nadie; me limité a trabajar duro y dejar que los resultados hablaran por sí solos.
Gracias a ese esfuerzo, la empresa cerró un contrato millonario con una firma extranjera que nos trajo enormes ganancias.
A partir de ahí, nadie volvió a cuestionar mi capacidad.
Mi voz empezó a pesar cada vez más en la compañía, y por fin mi carrera comenzó a florecer.
Un día, mi padre me llamó a su oficina con una expresión vacilante.
—Celia, hay algo de lo que quiero hablar contigo.
—¿De qué se trata? —pregunté, sorprendida.
Hugo se rascó la cabeza, soltando una risita nerviosa.
—Mira... tu madre y yo hemos estado pensando en algo. Encontramos un buen partido para ti. Es el hijo menor de la familia Ruiz: joven, con futuro, y nos agrada mucho. Pensamos que podrías conocerlo y, si te parece bien, empezar a salir con él —añadió con una sonrisa, como queriendo tranquilizarme—. No te preocupes, si no te gusta puedes rechazarlo. Solo queremos que tengas la oportunidad de conocer a alguien más, por si algún día necesitas apoyo.
Al oírlo, solté una risa nerviosa.
Sabía que mis padres temían que, después de lo vivido con Diego, yo no quisiera volver a creer en el amor.
Por eso insistían en que aceptara una propuesta de matrimonio.
Pero en ese momento lo único que deseaba era concentrarme en mi carrera; no tenía fuerzas ni ganas de empezar con nadie.
Sonreí a mi padre y le respondí en voz baja:
—Papá, ahora no estoy preparada para eso. Sé que lo dices por mi bien, pero quiero seguir mi propio camino.
Hugo asintió con ternura y me acarició la cabeza.
—Está bien, ya eres adulta y tienes tus propios planes. Lo único que quiero es verte feliz.