Con seis meses de embarazo, fui al hospital a recoger los resultados de las pruebas. Al entrar, vi a mi esposo, Diego Silva, acompañado de una mujer en su consulta. Era Elisa Ruiz, su amiga de toda la vida.—Diego, ¿tu esposa no se va a enojar? —preguntó Elisa con preocupación.—Tranquila, no se va a enterar. Y si lo hace, no pasará nada —respondió Diego, tomándole la mano suavemente.—Pero ella es tu esposa... Si se entera, me preocupa que se sienta mal... —dijo Elisa, mirando a Diego con cara de duda.—Tranquila, no se va a enterar. Además, últimamente está un poco mal. No quiero líos, sobre todo ahora que estás embarazada. Y si se pone a hacer un escándalo, me divorcio de ella —dijo Diego con una firmeza que me heló el corazón.Esas palabras fueron como un golpe directo a mi abdomen. De repente, me nublé. Sin pensarlo, saqué el celular y marqué el número de mi padre, a quien no había llamado en mucho tiempo.—Papá, quiero regresar a casa —le dije, con la voz entrecortada.Mi padre
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