Elisa se cubría la cara, incrédula, incapaz de asimilar lo que acababa de pasar.
—¿Diego, me pegas? ¿No decías que era yo lo más importante para ti? ¿Por qué me haces esto? ¿Qué te pasa?
Diego, todavía lleno de rabia, soltó una risa sarcástica y le clavó una mirada fría.
—Eres una mujer malvada. Todo lo que hice por ti fue porque tu padre me salvó la vida.
—Siempre te vi como a una hermana. Nunca sentí nada más por ti. Deja de engañarte.
Elisa quedó paralizada, los ojos desbordados de desesperación.
—¡No, no puede ser! ¡Diego, tú me amas! ¡Tú eres el padre del bebé!
Luego rompió a llorar y se aferró a sus piernas, suplicando:
—Diego, me prometiste que serías el padre de nuestro hijo. No me dejes, te lo ruego...
Pero Diego, sin un ápice de compasión, la empujó con brusquedad. Su rostro estaba endurecido, cargado de odio.
—¡Elisa, despierta ya! ¡Por tu culpa perdí a Celia y a nuestra hija! ¡Ojalá te desaparecieras de mi vida para siempre!
Elisa cayó al suelo, derrotada, con la cara deshe