Lía despertó minutos después, Arthur estaba arrodillado a su lado, con cara de asustado, le abanicaba el rostro, la había llevado hasta el sillón para reanimarla.
—Lía, ¿estás bien? —preguntó él, preocupado.
Ella asintió débilmente, el mareo había pasado, pero sentía una fuerte opresión dentro de su pecho.
—¿Por qué, Arthur? —preguntó, mirándolo a los ojos— ¿Por qué no me dijiste?
Arthur bajó la mirada, avergonzado, incapaz de mirarla.
—Lía, lo siento —susurró— no lo oculté porque estuviera de acuerdo con Mikkel. Te lo juro, pero no quería verte sufrir así. No te lo mereces, incluso traté de hacerlo entender, de que lo que estaba haciendo estaba mal.
Lía recordó entonces los moretones que Arthur había tenido en el rostro días atrás.
—Él te dio esos golpes en la cara, ¿verdad? —preguntó— ¿Fue por mí?
Arthur asintió, aún sin voltear a verla.
—Fue una discusión fuerte, le dije que era un idiota por tratarte así, pero está idiotizado, no entiende.
Lía se sintió culpable y le tomó la man