Lía pasó la mañana sin saber qué hacer, intentó leer, pero le fue imposible concentrarse, intentó ordenar su habitación, pero no tuvo ánimo, se sentó en la orilla de la cama, mirando hacia la pared, preguntandose una vez más: como había terminado atrapada en una casa donde no la querían.
Al medio día decidió bajar a la cocina, el ama de llaves se encontraba allí.
—¿Puedo servirme algo? —preguntó.
—Por supuesto señora, pero permítame hacerlo —respondió la mujer —si el señor se da cuenta de que usted se ha servido, me llamará la atención, no es apropiado.
Lía se rió.
—En está casa nada es apropiado si no se tiene permiso.
El ama de llaves no respondió, apenada bajó la mirada.
En ese momento escucharon la puerta principal abrirse, era Mikkel, Lía había aprendido a reconocer sus pasos.
—Te estaba buscando —dijo Mikkel, deteniéndose en la puerta de la cocina.
—¿Para qué? —preguntó Lía, tensándose.
—Necesito hablar contigo, en el despacho.
Mikkel no esperó a que ella respondiera, se dió la