78. Ashariel.
El viaje hacia el antiguo santuario fue como adentrarse en un suspiro olvidado, un lugar que parecía estar suspendido entre el tiempo y el olvido, donde el aire se espesaba con memorias ancestrales y secretos que el mundo moderno no alcanzaba a comprender. Mientras avanzábamos, Meira caminaba a mi lado con una mezcla de determinación y fragilidad que apenas podía disimular, y yo sentía en cada paso el peso del silencio que nos envolvía, ese silencio que no era ausencia, sino presencia densa, llena de expectativas y misterios.
Llegar al santuario fue como cruzar un umbral invisible: sus muros, cubiertos de musgo y marcas de antiguos rituales, irradiaban una energía que helaba y quemaba al mismo tiempo. No había palabras para describir la quietud casi palpable que reinaba allí, salvo el susurro del viento jugando con las llamas eternas que ardían en los altares, llamas que no consumían la madera ni los huesos, un fuego vivo, inmortal, que parecía guardar todas las respuestas sin pronunc