288. Estoy aquí.
Despierto antes del amanecer. No sé si dormí realmente o si sólo caí en una especie de trance, un sueño que no pertenece a este mundo. La habitación está en penumbra, el aire inmóvil, y mi piel… mi piel no me obedece. Siento cada latido del corazón como si fuera ajeno, como si algo más respirara a través de mí.
La marca bajo mi clavícula arde suavemente, un resplandor que no se ve pero que vibra por dentro. Es un fuego contenido, una memoria líquida que corre bajo la piel y me recuerda que ya no soy exactamente la misma. Cada sonido —el roce de las cortinas, el crujido del incienso apagándose— me atraviesa con una intensidad insoportable, y por un instante creo que puedo escuchar los latidos de otras personas en las estancias cercanas.
Me incorporo despacio, los pies descalzos sobre el suelo frío, y siento cómo la energía se desplaza desde mi nuca hasta mis manos. Todo lo que toco parece tener vida. El vaso de cristal junto a la cama exhala una vibración débil, el aire se curva, y mi