152. La bestia de la noche.
El fuego de las velas se consume lentamente en la penumbra, como si cada llama respirara el mismo aire denso que yo respiro, un aire cargado de humo, de vino derramado en la alfombra, de sudor todavía fresco en las paredes de piedra, porque el palacio entero parece seguir temblando con los ecos de la traición que aún lo recorren. Estoy de pie frente a él, frente al hombre que se atreve a llamarse mi dueño, ese conspirador que convirtió el caos en su trono y que ahora me mira como si buscara en mi piel la respuesta a todas las dudas que lo devoran, como si mi silencio fuese la daga que se le clava en el pecho. Su sombra se proyecta larga sobre mí y siento que mi propio cuerpo es un altar al que se acerca como bestia hambrienta, incapaz de distinguir si viene a devorarme o a implorar un último gesto de ternura.
—Dime, Lyara —su voz es grave, arrastrada, como un trueno contenido—. ¿Con cuántos de ellos compartiste lo que dices que es mío?
No contesto de inmediato, porque sé que el poder