142. Sangre en los labios.
La plaza está llena, los murmullos se elevan como un enjambre nervioso, las antorchas oscilan al ritmo de un viento que huele a hierro y a sudor, y yo me encuentro en el centro de todo, con la mirada fija en el cuerpo arrodillado de aquel que osó vender mis secretos, con la piel erizada no de miedo, sino de una excitación oscura que me recorre desde la nuca hasta las piernas, porque hay algo en el poder absoluto de tener la vida de otro en mis manos que despierta en mí un pulso que no puedo ocultar.
El traidor levanta la cabeza, sus labios tiemblan, intenta pronunciar mi nombre, pero yo levanto la mano y el gesto basta para que guarde silencio, y sonrío apenas, porque me gusta verlo quebrado, me gusta la desesperación en sus ojos que suplican perdón mientras yo, con mi vestido negro ceñido al cuerpo y los labios pintados de un rojo más cruel que cualquier herida, me inclino lentamente hacia él.
—Has probado mi lecho y luego has vendido mi piel —susurro lo bastante alto para que todos