—¡No, por favor, ayúdame! —gritó Mariana con la voz quebrada, aferrándose al pantalón de Lucas, pero no sirvió de nada.
Apenas él salió, el mismo hombre que la había violado anoche entró al despacho. Esta vez llevaba un cuchillo que brillaba bajo la luz.
Mariana recibió diecisiete puñaladas directas al pecho. Cayó al piso, brazos y piernas retorcidos, los ojos abiertos, fijos en nada.
Lucas miró el cuerpo, impasible, sin mostrar emoción. Solo alcanzó a soltar una orden, seca y cortante:
—¡Tírenla a la alcantarilla!
Enseguida se llevaron el cadáver arrastrándolo. La sala quedó limpia, pero el olor a sangre todavía flotaba en el aire.
Al poco rato, su asistente entró con la noticia: el asesino había sido capturado. Lucas no lo dudó y regresó de inmediato al país.
Esperaba toparse con un monstruo brutal, pero frente a él apareció un tipo de aspecto simple, tembloroso, que no parecía capaz de hacerle daño ni a una mosca.
Lo tenían contra el suelo, sin entender qué había hecho para ganarse