Cuando regresé del hospital, la casa estaba en silencio. Javier cerró la puerta detrás de mí, y yo avancé por el pasillo con pasos pesados, todavía sintiendo el aire de la noche en la piel. Tenía en la mano aquel folleto que había recogido en la salida del hospital. No lo había soltado en todo el camino, como si en sus letras y en esa fotografía hubiera un secreto que necesitaba descubrir más adelante.
Pero al entrar a mi habitación lo dejé caer sobre la cómoda, sin pensarlo demasiado. Ahí quedó, abierto por la mitad, como si me retara a prestarle atención. No quise hacerlo. Lo miré unos segundos, indecisa, y luego lo ignoré.Me tumbé en la cama sin siquiera cambiarme. Cerré los ojos y en mi mente volvieron las imágenes de Ana sonriendo, agradecida, y luego, casi de inmediato, los ojos oscuros de Matías llenos de furia. El contraste me arrancó un suspiro tembloroso. ¿Cómo era posible que un hombre que había sido mi todo ahora solo me despertara odio? ¿Cómo era posible que mi