El odio es un veneno silencioso. Se mete en la sangre, corre por las venas y se instala en el corazón sin que lo notes. Yo siempre había creído que no era capaz de odiar. Había soportado humillaciones, desprecios y ausencias, siempre con la esperanza de que todo tuviera un sentido, de que algún día el amor lo justificara todo. Pero ahora lo sentía en cada respiración: lo odiaba. Odiaba a Matías con cada fibra de mi ser.
No era solo por lo que me había hecho aquella noche, ni por los golpes, ni por la humillación. Era por los años que me robó, por el tiempo que invertí en ser la mujer que él y su familia querían. Era por cada sacrificio, cada sonrisa que reprimí, cada lágrima que escondí. Era porque me convirtió en alguien que no reconocía.En mi mente se repetía la misma frase: me arruinó. Y con cada repetición, el rencor se hacía más fuerte.Rosa lo notaba. No necesitaba preguntármelo, lo veía en mi mirada, en la forma en que respondía con frialdad, en mi silencio carga