Capítulo 3
Se alejaron lentamente, tan unidos que parecían no notar nada a su alrededor. Entre risas y susurros, celebraban su felicidad sin saber que yo los observaba, oculta detrás de un auto.

Me dejé caer contra la carrocería hasta quedar sentada en el suelo. Mis manos, por instinto, se posaron sobre mi vientre, mientras las lágrimas caían sin parar por mis mejillas.

Ya era hora de irme, ¿verdad?

Entonces, un número volvió a mi mente. Ese número que había repetido mil veces en silencio, pero que nunca me atreví a marcar.

Con los dedos temblando, lo marqué.

No esperaba que contestara tan rápido. Pensé que iba a sonar y sonar sin que nadie respondiera... pero apenas sonó un par de veces, ya habían contestado.

Mis lágrimas brotaron con más fuerza, y mi voz salió quebrada:

—Papá... te extraño tanto...

—Mi niña, ¿sabes cuánto tiempo he esperado esta llamada? —su voz sonaba cansada, desgastada por los años.

No hacía falta preguntar: en cada palabra se notaba cuánto había sufrido por mí.

—Papá, me equivoqué... quiero volver a casa.

Del otro lado escuché un golpe, como si algo se hubiera caído. Luego, su voz temblorosa, cargada de emoción:

—¿De verdad? ¿Vas a volver? ¿Quieres tomar tu lugar en la manada? Voy a mandar a mi beta ahora mismo a buscarte.

Quiso sonar tranquilo, pero la respiración agitada lo traicionó.

—Ven por mí mañana. Quiero arreglar unas cosas primero —respondí, forzando la calma.

Cuando regresé a la casa ya era de madrugada. En la sala quedaba una lámpara encendida, la luz tenue me recibió en silencio.

Me dejé caer en el sofá, rodeada de las fotos de Álex y mías que cubrían la pared.

Sentía como si una losa me aplastara el pecho, y cada latido me dolía como una puñalada.

Me incorporé tambaleando, arranqué las fotos una por una, las hice pedazos y las tiré al cesto.

Los trozos en el suelo fueron mi única compañía hasta que amaneció.

De pronto, sonó mi celular. Apenas contesté, escuché la voz de Álex.

—Amor, feliz aniversario. Cinco años juntos... y todavía te amo como el primer día.

Seguí rompiendo las fotos mientras escuchaba sus palabras tan tiernas.

Habló y habló, hasta que notó mi silencio. Bajó el tono, inseguro:

—Camila, lo siento. Surgió un imprevisto en el trabajo. Hoy no podré volver contigo para celebrar. Pero te prometo que cuando regrese lo vamos a recuperar, te daré el mejor aniversario.

Me esforcé por sonar tranquila:

—No pasa nada, amor. Haz tu trabajo tranquilo. Yo estoy bien.

Él dudó un instante y luego preguntó, con ansiedad:

—¿De verdad no te molesta? No sé por qué... siento que me ocultas algo.

Mi mano, a punto de romper otra foto, se detuvo en el aire.

—Claro que no, ¿qué podría estar ocultándote?

No muy convencido, insistió en hacer una videollamada.

Me limpié las lágrimas rápidamente y acepté.

Pasamos dos horas frente a la pantalla. Él, con una mirada llena de cariño, me habló todo el tiempo para calmarme.

Antes de colgar, me dijo, con una voz suave y llena de ternura:

—Mañana quizá no pueda llegar a tiempo, pero tengo muchas sorpresas preparadas para ti. Espero que te gusten. Camila... vamos a estar juntos siempre. Cada aniversario, estaré a tu lado.

Cuando la pantalla quedó en negro, murmuré:

—Álex... nosotros ya no tenemos un mañana.

"Por suerte mañana no estará aquí", pensé. "Si viniera, no sabría qué excusa poner para escaparme."

Reuní todo lo que realmente me pertenecía y lo guardé en maletas. Lo demás lo dejé atrás sin pensarlo dos veces.

Cuando terminé, el cielo comenzaba a aclarar.

No solo era nuestro quinto aniversario, sino también el día en que Álex y Valeria celebrarían su rito de marco.
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