El cielo comenzaba a iluminarse cuando un grupo de sirvientes llegó a la mansión para preparar la sorpresa.
Cubrieron el camino de entrada con varios ramos de rosas nocturnas que brillaban suavemente bajo la luz del amanecer.
En el centro, miles de piedras de luna formaban un anillo gigante, y dentro, relucían joyas, vestidos y bolsos de diseñador.
Arriba, un pequeño reproductor giraba lentamente, dejando salir la profunda voz de Álex, que cantaba una balada de amor.
Pero yo no prestaba atención a nada de eso.
Mis ojos no se despegaban de la pantalla, donde las noticias transmitían en vivo la ceremonia de la Manada Colmillos.
El escenario estaba lleno de ramos de rosas lunares, y una alfombra roja cruzaba todo el espacio, adornada con globos rosados, cada uno con un brillante en su cinta.
En medio de tanto lujo, Álex, perfectamente vestido, avanzaba de la mano de Valeria, quien brillaba con su deslumbrante vestido de novia.
Juntos, parecían la pareja perfecta, rodeados de lujo y romanticismo, robándose todas las miradas.
En el altar, entre los vítores, Álex colocó el anillo en el dedo de Valeria, mirándola con cariño.
La imagen en la pantalla se distorsionó.
Parpadeé, pero las lágrimas ya caían sin control por la pantalla del celular.
En ese momento, el rugir de los motores se oyó fuerte afuera. Cinco limusinas negras se detuvieron frente a la mansión, y decenas de guardias rodearon a un joven bien vestido que caminó con paso firme hacia la entrada.
Se inclinó ligeramente frente a mí y, con tono respetuoso, dijo:
—Señorita Camila, soy asistente de su padres. Vengo a llevársela de regreso.
Asentí lentamente. Mi equipaje ya estaba listo junto al sofá, y en pocos segundos los guardias lo subieron al auto.
Antes de partir, el asistente me miró y, con amabilidad, preguntó:
—¿Le gustaría llevar algo más?
Miré una última vez el jardín, que Álex había decorado. El reproductor seguía sonando, y su voz grabada resonaba:
—Camila, feliz quinto aniversario. Te amo, como siempre.
Aparté la mirada con calma y negué con la cabeza.
—No... no tengo nada más que llevar.
Subí al auto sin mirar atrás. Las limusinas arrancaron y se alejaron a toda velocidad, dejando atrás la manada.
Mientras tanto, en la Manada Colmillos, la ceremonia seguía su curso.
Álex sentía un nudo en el pecho, una inquietud constante que lo consumía.
Se apartó de Valeria, esquivó a los invitados y marcó mi número.
Pero esta vez, la llamada nunca pasó.
Su ansiedad empezó a crecer. Estaba a punto de salir corriendo cuando Valeria lo detuvo, sujetándolo con fuerza.
—¡Álex, el ritual de marco va a empezar! ¡No puedes irte ahora!
—¡Camila no responde! ¡Temo que algo le haya pasado! —rugió, con la cara marcada por la angustia.
Valeria se quedó helada un momento, luego bajó la mirada, herida.
—Seguro está enojada... hoy es su aniversario y no regresaste. Es mi culpa. Si quieres, ve con ella. Podemos dejar esto para después.
Él dudó, respiró hondo y al final murmuró:
—No, está bien. Hagamos la ceremonia primero. Después la consolaré.
Sacó el celular y escribió un mensaje rápido: "Camila, no te enojes. Esta noche estaré contigo. ¿Te gustó el regalo? Si no, lo cambio por otro. Nos vemos esta noche."
Guardó el celular, tomó la mano de Valeria y subió con ella al escenario.
El salón estalló en aplausos cuando intercambiaron los anillos.
De pronto, las puertas se abrieron de golpe. El asistente de Álex entró corriendo, jadeando, con el rostro desencajado:
—¡Alfa Álex, tenemos un problema! ¡Cinco limusinas llegaron a la mansión y se llevaron a la señorita Camila!
Un silencio absoluto cayó sobre el salón.
—¡Ya han salido del territorio de la manada... y se dirigen a otro lugar!