Álex forcejeaba en el suelo contra los guerreros que lo sujetaban.
—¡No es así! —rugió desesperado—. ¡Soy su compañero, déjenme ir!
Me miró, los ojos enrojecidos, llenos de dolor y fragilidad.
—Camila, dime, ¿qué tengo que hacer? ¿Cómo puedo recuperarte?
Lo miré con frialdad, manteniendo la voz firme:
—Jamás te perdonaré. El día que esperaste a Valeria para marcarla en el rito, ese día todo terminó.
Se le quedó la cara desolada. Los guerreros lo arrastraron fuera del salón, sin dejarle chance de responder.
Bajo la mirada preocupada de mi padre, esbocé una leve sonrisa.
Frente a todos los invitados, declaré con voz firme:
—¡Desde hoy, la Manada Luna Negra rompe todo lazo con la Luna Plateada! ¡Nunca más habrá colaboración entre nosotros!
El impacto fue inmediato. La Luna Plateada, siempre sometida a nuestro poder, perdió toda influencia.
La noticia cayó como un balde de agua fría sobre la manada de Álex. Su padre, fuera de sí, lo golpeó sin piedad:
—¡¿Cómo pudiste hacer algo así?! ¿Quie