Capítulo 3
Al ver con sus propios ojos la traición, Isabel sintió un dolor punzante en el pecho, como si todo su mundo se desmoronara de golpe.

Tomó a Mateo en brazos y lo llevó a su habitación, dejándolo suavemente en la cama mientras lo acunaba con calma.

—Mateo, en tres días, solo tres días, nos vamos. ¿Puedes ordenar tus cosas?

El pequeño asintió, intentando consolar a su mamá.

Ella salió de la habitación y cerró la puerta con cuidado.

En el pasillo, la esperaba con la mirada helada.

—Vamos al estudio.

La siguió, y lo que vio la dejó paralizada. La habitación estaba llena de rastros de Camila: diademas, joyas, partituras y restos de su vida cotidiana. Lo que antes había sido un espacio para hablar de proyectos y planes, ahora parecía la casa de otra persona.

Recordó aquellos días felices: cuando estaba embarazada, agotada, se dormía sobre su hombro; cómo la miraba con ternura y le decía suavemente:

—No te agotes, tú y el bebé son mi vida. Mientras estén bien, yo también lo estaré.

Pero todo eso había cambiado.

De repente, una pila de documentos cayó sobre su cuerpo, esparciendo palabras que la acusaban sin dejar duda alguna.

—La escuela nos avisó. Aquí están las declaraciones de los que la acosaron. Resulta que pagaste para que la molestaran. El dinero salió de tu cuenta.

Ella permaneció en silencio, mirando las hojas caer.

—No pienso divorciarme —él continuó con voz fría—. Me haré cargo de Camila, pero no dejaré que se aleje de mí. Si quieres seguir conmigo, olvida esos trucos baratos.

Isabel ya no tenía fuerzas para discutir.

—Mañana necesito ir al laboratorio, hay un problema con una serie de datos.

—Sí — él contestó con brusquedad—, mañana acompaño a Camila al hospital. Sus heridas no pueden dejar cicatrices. Después almuerzo con ella, y por la tarde voy a la oficina.

Poco a poco, Isabel sintió que se volvía secundaria, la última prioridad. Durante el concurso de violonchelo, la dejaba sola con los socios mientras corría a atender a la joven, preparándole sopa a medianoche, sin importar cuánto trabajo tenía.

A la mañana siguiente, los gritos la despertaron sobresaltada. Entró con fuerza, la agarró del brazo y la arrastró de la cama. El dolor hizo que gimiera, pero él la miraba con rabia:

—¿Cómo pudiste hacerle esto a Camila?

Mateo, llorando, corrió y trató de detenerlo. Fue empujado bruscamente, cayendo al suelo. Furioso, tiró su celular sobre la cama:

—¡Grabaron esas fotos y ahora están en toda la web!

En ese instante, recibió un mensaje que lo dejó pálido: la joven se había cortado las muñecas. Isabel, paralizada, cubrió los ojos de Mateo.

La llevó rápidamente al hospital, mientras ella era escoltada a otro vehículo. Desde la ventana, observó cómo él, completamente desbordado, cargaba a la joven. Incluso siendo un médico reconocido, parecía olvidar todo lo demás.

Al llegar al quirófano, la cantidad de sangre no era suficiente para amenazar su vida, pero la tensión era insoportable. Él la miró con frialdad:

—Si tanto te gustan las cámaras, aquí las tienes.

La fuerza y el control eran abrumadores. Intentó cubrirse, pero no pudo. La humillación, la presión y el miedo la ahogaban. Recordó cómo antes había cuidado de ella, cómo la protegía incluso cuando algo se le rasgaba en su ropa. Pero ahora… estaba dispuesto a destruirla por otra.

Cuando la soltó, Isabel cayó al suelo, temblando, y se vistió rápidamente antes de salir corriendo. Él la observaba con odio, gritando desde lejos:

—Ahora todo el mundo tiene tus fotos. Las de Camila las quité, pero las tuyas… ya verás.

Ella forzó una sonrisa amarga, se llevó la mano al pecho y siguió su camino. Mientras avanzaba, su mente repetía los recuerdos de la primera vez que estuvieron juntos, cuando era tan tierno y cuidadoso… Sus labios rozaron la manchita de su pecho y dijo con firmeza: “Isabel, de ahora en adelante, tu cuerpo será solo mío. Nadie más tiene derecho a tocarlo.” Y cómo todo eso se había convertido en ruina.

Ya en el auto, abrió el celular con manos temblorosas. Toda la web hablaba de su escándalo: “La esposa de Gabriel, con una mancha de nacimiento en el pecho”, “¡Qué cuerpazo!”, “¡Figura increíble!”.
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