El rostro de Arion se contrajo, el ceño fruncido se hizo más profundo, y un destello de preocupación gélida cruzó sus ojos.
—¿Y sabes dónde encontrarlo? —Su voz era un susurro áspero, su propio aliento contenido. Arya asintió, un gesto brusco y final. —Hay una reunión secreta en una mansión fuera de la ciudad… esta misma noche. —Sus ojos se clavaron en los de Arion, un fuego inquebrantable ardiendo en ellos—. Debemos ir. Ahora mismo. Arion no dudó. Se levantó de golpe, la silla raspando ruidosamente contra el suelo, y comenzó a prepararse, sus movimientos rápidos y decididos, cada acción un reflejo silencioso de la urgencia que compartían. El peso de lo que estaba por venir colgaba pesado en el aire. —Voy contigo —declaró Arion, y esta vez no hubo espacio para la discusión. Su voz era un ancla, firme, inamovible, y sus ojos, clavados en los de ella, ardían con una resolución que no admitía réplica—. No te dej