Elandor los contempló, y una sonrisa gélida, casi depredadora, se extendió lentamente por sus labios, una máscara de desprecio que apenas ocultaba su sorpresa. Sus ojos, antes llenos de ambición, ahora brillaban con una malicia divertida.
—Ah, qué sorpresa tan… deliciosa —su voz, melosa y cargada de un sarcasmo que goteaba veneno, llenó el espacio—. ¿Mis viejos amigos han venido a arrodillarse, o simplemente a morir con la dignidad que les queda? Arion dio un paso adelante, su silueta imponente proyectándose como un escudo protector frente a Arya. El suelo pareció temblar bajo su bota, y sus músculos se tensaron, tensando la camisa. —No vamos a permitirte llevar a cabo tus planes, Elandor —la voz de Arion era un trueno bajo, cargado de una furia contenida que prometía desatar una tormenta—. Tu traición no quedará impune. Te lo juro. Los nobles, hasta ese momento petrificados, comenzaron a murmurar nerviosamente, susurros co