Mateo
Mi madre no me abrazó.
Le puse el dinero en la mano y sus dedos se cerraron con rapidez... Tal vez temiendo de que cambiara de opinión.
—No necesito tu caridad —dijo, sin levantar la mirada.
—No es caridad. Es lo que me pagaron por enlistarme.
Ella mantuvo los ojos clavados en el suelo. Su delantal tenía una mancha. Una hebra de su cabello se movía con el viento que entraba por la ventana abierta.
—Con eso podrás pagar las deudas —agregué—. Y cuidar a Juan.
No dijo nada durante unos segundos. Pensé que no iba a responder. Pero entonces, su voz tembló.
—Él te extrañará. Mucho.
Me quedé quieto. Lo único que quería era que me mirara. Solo una vez. Solo para saber si, en algún rincón de sus ojos, todavía era su hijo.
Pero cuando por fin alzó la vista, fue como una daga directa al corazón.
—Cuídate, Mateo —dijo.
Y entonces sus ojos se llenaron de lágrimas. No las dejó caer. Solo las sostuvo, como lo había hecho desde aquella noche...
—Adiós, madre.
Me di la vuelta antes de que mi ga