Izel
Desde la cima de la colina, la ciudad dormía bajo el humo sucio que salía de las casitas.
Las luces de las antorchas apenas se veían a la distancia. No se escuchaban sonidos claros del pueblo.
Todo parecía tan... quieto, vacío... como si el lugar y hasta el mundo estuvieran conteniendo el aliento.
Pero la selva no lo estaba.
Alrededor mío, guerreros de otra tribu aguardaban como jaguares hambrientos, ocultos entre los árboles.
Silenciosos.
Tensos.
Listos.
No eran de mi pueblo. Eran del norte. Hombres endurecidos por el exilio y la sangre. En sus rostros no había duda, solo rencor.
Frente a ellos, Malinal.
Jefe de guerra, sobreviviente de masacres, hombre de mirada oscura como las raíces más viejas del bosque.
Me acerqué a él con el corazón acelerado.
El suelo parecía latir bajo mis pies.
—Malinal —dije llamando su atención.
—Miren a quien tenemos aquí —se burló señalándome con la mano—. La hija de los dioses... ¿Qué haces tan lejos de tu tierra, elegida?
Sabía porque estaba