Izel
"Estás tenso otra vez, Yohualli."
Lo pensé sin decirlo en voz alta. No hacía falta. Él me escuchaba.
Sentía su ansiedad desde el día anterior, como si caminara de un lado al otro de un cuarto que no puedo ver.
A veces, cuando estaba así, era como si su mente se me adelantara, como si lo sintiera temblar antes de que me lo confesara.
"Es solo que no soporto las filas" respondió su pensamiento, como un soplo dentro de mí. "Todos empujando, hablando fuerte, oliendo a muy mal..."
Sonreí, aunque él no podía verme.
"Entonces piensa en el mar" le dije. "O en el fuego... O en mí."
"Siempre estoy pensando en ti, Lumbre."
Mi pecho se apretó.
Cada vez que me llamaba así, con esa voz que no tenía voz, sentía que todo se volvía un poco más real.
Salí de la casa con la canasta de hierbas en la mano. El sol apenas empezaba a elevarse sobre los tejados del templo y la tierra aún estaba fresca.
"¿Hoy vas al bosque?" preguntó Yohualli.
"Sí. Mi maestra me pidió flores de cempasúchil."
"Ten cuidado..." susurró en mi mente.
"Siempre."
Avancé por el sendero que bordea el canal. Los niños corrían por delante, persiguiendo mariposas. Las mujeres ya preparaban las tortillas.
Todo era familiar… y sin embargo, desde que Yohualli llegó a mí, todo parecía lejano. Como si el mundo real fuera él, y este… un reflejo.
"¿Ya firmaste?"
Tardó en responder. Lo sentí dudar.
"Sí."
El aire cambió alrededor mío.
No supe por qué me dolió tanto si ya lo sabía. Lo había sentido acercarse al puerto desde el día anterior.
Lo sentía alejarse cada vez que soñaba con el mar.
"¿Estás bien?" me preguntó enseguida.
"Estoy bien" mentí.
Doblé hacia la calle principal y entonces lo vi: Tlek. Apoyado contra un muro, esperándome.
"Ah, no" murmuré sin pensarlo.
"¿Qué es?" dijo Yohualli. Su voz bajó, preocupada.
"Nada. Un viejo amigo."
Me acerqué con paso firme, como si no lo hubiera visto.
—Izel —dijo él, sonriendo—. Justo iba a buscarte.
—Buenos días, Tlek.
—Pensé que podríamos ir juntos al bosque. Como antes.
Antes. Esa palabra que ya no sabía dónde quedaba.
—Voy rápido. No tengo tiempo de pasear.
—¿Y si camino a tu lado? No hablo, lo prometo —dijo, y puso una mano sobre mi brazo.
Un gesto suave, pero innecesario. Algo en mí se cerró. Sentí un escalofrío. Me aparté sin ser brusca, pero sin dudar.
Y en ese instante, sentí a Yohualli.
No con palabras. No con pensamientos.
Sentí su preocupación, su malestar.
"¿Estás bien?" preguntó, con una firmeza que rara vez usaba.
"Estoy bien" le respondí por dentro, y supe que no me creía.
"¿Lumbre?"
"No te preocupes."
Tlek bajó la mano, desconcertado.
—¿Hice algo mal?
Lo miré. Vi en sus ojos lo que una vez sentí por él. Vi la ternura de antes, los recuerdos, el beso torpe, la promesa muda. Pero eso ya no era mío.
—No —le dije—. Solo no soy la misma.
—Sigo siendo el mismo, Izel —dijo él, y había algo de ruego en su voz—. Te esperé. Todo este tiempo. Y te seguiré esperando...
No supe qué decir. Tampoco quería herirlo. Pero el silencio habló por mí.
Tlek bajó un poco la mirada, pero solo para juntar fuerzas. Su voz cambió de tono: más bajo, más amargo.
—Antes me hablabas de todo. Me contabas hasta lo que soñabas... ¿te acuerdas?
Asentí, en silencio.
—Incluso eso... —añadió, con la voz apretada—. Lo de la voz. Esa que escuchas en tu mente. Yo fui el único al que se lo dijiste.
—Lo hice porque confiaba en ti.
—Y yo pensé que era algo divino —continuó, sin escucharme—. Que te habías conectado con los dioses. Que era parte del don que trajiste de la muerte. ¡Pero no! ¡Era él! Ese... extraño del que ni siquiera sabes su nombre.
—Tlek...
—¿Qué tiene él que no tenga yo, Izel?
—No es eso —respondí, sintiendo que algo en mi garganta se cerraba.
—¿Entonces qué es? ¿Qué puede decirte esa voz que yo no pueda decirte de frente?
—No lo entiendo tampoco, pero está ahí. Lo siento. Me calma.
—Yo también te calmaría si me dejaras —dijo, dando un paso más hacia mí.
Sus ojos brillaban, no solo por tristeza. Había rabia también, y algo más... roto.
—Tlek, por favor.
—Todo el pueblo espera que estés conmigo. ¡Tu madre, tu padre! Hasta Tlami me dijo que el tiempo iba a llegar… Y ya llegó.
—No.
—¡Sí! —dijo, alzando la voz—. ¡Vamos a casarnos! ¡Es lo que estaba escrito desde siempre!
—No está escrito —le dije, y retrocedí un paso.
Entonces me tomó de la mano, con fuerza, desesperado. Quiso acercarse, besarme, como si pudiera recuperar con un acto lo que ya había perdido sin palabras.
Me zafé con un tirón, y antes de pensarlo, le di una cachetada.
El golpe resonó más fuerte en el silencio que nos rodeaba que en su rostro.
Tlek se quedó quieto. Me miró. Su mejilla enrojecida. Sus ojos llenos de algo que no supe nombrar.
—Perdón —susurré, aunque no me arrepentía.
Él bajó la mirada, tragó saliva, y se apartó.
—Ya no eres la misma —dijo, casi sin voz—. Y ni siquiera sé si eso es culpa tuya… o de él.
Se dio la vuelta y se fue sin mirar atrás.
Me quedé ahí, temblando, con la mano aún levantada, y la voz de Yohualli llegando como un susurro dentro de mí.
"¿Qué pasó?"
"Nada" le respondí, cerrando los ojos.
"No me mientas."
"Estoy bien. Solo... necesito respirar."
Él no insistió. Pero sentí su preocupación como si fuera mía, su desesperación, su anhelo, su cariño.
Y también su dolor. Porque, aunque no lo dijera, él sabía que alguien había intentado quedarse con lo que ya era suyo.
Cuando estuve segura, caminé unos pasos y me senté bajo un árbol.
Me llevé una mano al pecho.
"¿Aún estás conmigo?" le pregunté a Yohualli.
"Siempre."
Su respuesta fue tan inmediata, tan simple… que me dolió... porque no sabía cuánto tiempo más lo tendría.
"¿Qué pasará cuando comiences tu viaje?"
No me respondió enseguida.
"No lo sé" dijo al fin. "Pero tengo miedo de perderte."
"Yo también..."
Y entonces nos quedamos así, en silencio. Unidos por algo que no entendíamos del todo, por una distancia que no existía realmente pero que ya empezábamos a sentir.
El viento levantó un poco de polvo.
La mañana ya había comenzado.
Me adentré en el bosque con la canasta colgando de mi brazo y el corazón latiéndome fuerte, como si algo invisible aún me persiguiera.
Siempre me había gustado ese lugar, pero esa mañana el silencio no me calmaba.
Yohualli no dijo nada. Lo sentía presente, pero en calma, como si también él supiera que necesitaba estar sola.
Me acerqué a una flor de cempasúchil que crecía entre dos piedras. Sus pétalos estaban abiertos, vivos, como llamas inmóviles.
Al tocarla, algo cambió.
El bosque se apagó. Todo se volvió lento, pesado. Como si el aire se espesara. Cerré los ojos solo un instante… y la visión llegó.
No como otras veces. Esta vez no fue una imagen. Fue un mundo que se abrió frente a mí.
Me vi en un claro del bosque. Pero no era yo… y sí lo era. La figura femenina tenía mi cuerpo, mi cabello, mi energía, pero algo en ella era distinto. Era más sabia. Más vieja. Más viva.
Frente a ella, un hombre.
Alto, de piel clara, cubierto de barro, herido. Se miraban con la urgencia de quienes se han buscado por siglos. No hablaban. No hacía falta.
Él extendía la mano. Ella la tomaba.
Y entonces, como si el tiempo se deshiciera, se abrazaban.
No como quien se encuentra, sino como quien vuelve.
Y se besaron.
Un beso largo, desesperado. De fuego ardiente y deseo reprimido.
Pero apenas se separaron… el caos estalló.
La visión se quebró como cristal.
El bosque desapareció y fue reemplazado por mi aldea, envuelta en llamas. Casas ardiendo, humo en los cielos, gritos.
Mi madre tendida en el suelo, con los ojos abiertos y sin luz. Mi padre con el pecho atravesado. Tlek… cubierto de sangre, apenas reconocible.
Todo ardía. Todo.
Y en la cima del cerro de la estrella, donde se realizaba el ritual del fuego nuevo, ella y él estaban otra vez.
La mujer de pie frente a un altar.
El hombre luchaba contra un enemigo sin rostro.
Espada contra lanza.
Fuego contra sombra.
Sus movimientos eran desesperados, furiosos, protectores.
Ella gritaba su nombre. Él la miró una última vez.
Y moría.
La visión se apagó de golpe.
Me encontraba otra vez en el bosque, de rodillas, con la flor entre los dedos y la respiración desbordada. El mundo había vuelto, pero no del todo. El aire seguía espeso. El silencio, más profundo.
A un paso de donde estaba, sobre el suelo cubierto de hojas, había un pájaro muerto. Pequeño, de plumas negras y rojas, con las alas abiertas como si hubiera caído en pleno vuelo. No había sangre, ni señal de depredador. Solo… ausencia.
Una señal.
Un eco de lo que acababa de ver.
"¿Lumbre?" susurró Yohualli desde dentro de mí. "¿Estás bien?"
Tardé en poder responder. Mis manos temblaban. Tenía la boca seca. Los ojos húmedos. Apreté la flor hasta que sus pétalos se arrugaron entre mis dedos.
"Sí" mentí.
Pero él no se calmó.
"Sentí algo… una punzada en el pecho. Como si algo me arrancara de ti. Como si te perdiera por un segundo."
"No pasó nada" dije rápido, demasiado rápido. "Fue solo una visión..."
"¿Visión de qué?"
"No importa. Ya pasó. Estoy bien, Yohualli."
"No me digas que estás bien si no lo estás" respondió con más fuerza que nunca. "Puedo sentirlo. Estás… rota. ¿Qué viste? ¿Quién te hizo daño?"
Me llevé una mano al pecho. El temblor no se iba. Quise hablar, decirle la verdad. Pero no pude. No aún.
"Escuchame" dije con ternura. "Estoy viva. Estoy contigo. Eso es todo lo que importa ahora."
Él calló.
Pero su silencio no era de calma. Era un mar agitado, contenido bajo la superficie.
"Prometeme que si algo te pasa, me vas a avisar" dijo, por fin. "Aunque solo sea un susurro en la noche. Un pensamiento. Lo que sea."
"Lo haré" susurré.
Y lo sentí respirar, al fin, del otro lado de lo invisible.
Yo no podía decirle que acababa de ver su muerte, ni que el beso que tanto había deseado ahora me dolía en el pecho como una herida nueva.
No podía decirle que, entre las llamas, entre los cuerpos caídos, lo único que brillaba era él… cayendo.
Solo podía quedarme ahí, en el bosque, junto a un pájaro muerto, sosteniendo una flor aún entre los dedos.
Y esperar que el destino tuviera un margen de error.
Que por primera vez, la visión estuviera equivocada.