Al día siguiente Samantha se levanta antes de salir el sol, se siente frustrada que no tenga un baño en la habitación. Abre la puerta, despacio y mira a los lados, el baño está al final del pasillo, sale dando saltitos y mira un momento a su hijo y sigue su camino, lleva pegado a su pecho su estuche de maquillaje y al entrar, apoya su espalda en la puerta.
—¡Mucho lujo y un solo baño, por amor a Dios, Felipe! — increpa mientras observa la belleza del lugar donde está, es casi del mismo tamaño de la habitación de él, un gran jacuzzi y un espejo que no te permite tener la más mínima privacidad—, en serio, tengo verme mientras hago del dos.
Ríe y se mira un momento en el espejo y su sonrisa se desvanece lentamente, cierra los ojos, regresan esos segundos donde el dolor y la culpa que sentía eran inimaginables. Donde pensó que perdería la vida, pasa sus dedos por las marcas que aún se palpan con el tacto y siente como arden, aunque están cansados de decirles que es mental esa sensación de