Domingo, 6:47 AM.
El Aston Martin plateado rugió al detenerse frente a la casa de campo—construcción modesta de dos pisos en las afueras de Manhattan, rodeada por jardines que María mantenía impecables como si todavía trabajara para los Vanderbilt.
Stefan ni siquiera había apagado el motor cuando la puerta principal se abrió de golpe.
Sofía apareció en el umbral, y el aire abandonó los pulmones de Stefan por segundo.
Vestido celeste que se ajustaba perfectamente a su figura, cabello negro cayendo en ondas sobre sus hombros, labios pintados de rojo intenso. Sonreía con emoción pura.
—Llegaste. Pensé que tal vez te olvidarías.
Stefan salió del vehículo, ajustándose las gafas de sol que ocultaban las ojeras de una noche sin dormir. Llevaba jeans oscuros, chaqueta de cuero y camisa blanca, casual de forma que nunca se permitía.
—Te lo prometí, ¿no? —Se acercó, besando su mejilla con ternura—. Y los Vanderbilt siempre cumplen sus promesas.
Mentira. Ambos lo sabían. Pero Sofía se sonrojó de