La lluvia caía copiosamente sobre la ciudad. Los coches pasaban uno tras otro, reflejando luces de neón que parpadeaban con una intensidad casi desesperada.
Ares visitaba a Apolo de mala gana,ese era el último lugar a donde deseaba ir.
— Una vez claras las cuentas,es mejor que me vaya.
— ¿Te irás bajo esta torrencial lluvia?
Ares lo miró con fastidio,las consideraciones no eran la especialidad de su padre.
— No soy galleta,me puedo mojar.Soy un macho.
La tensión se podía cortar con un cuchillo. Dentro de la mansión, Ares tenía el rostro sombrío, mirando por la ventana.
— Lo sé, solo mírate eres mi reflejo. Aunque te niegues a aceptarlo, eres mi hijo. Eso nada ni nadie lo cambiará jamás —gruñó Apolo, su padre, mientras tomaba café.
— Ya basta, Apolo —respondió Ares, dándole la espalda, incapaz de soportar el peso de esas palabras.
Su voz contenía un tono de desprecio que quemaba más que el fuego—. No te bastó con matar a mi madre; ahora pretendes que yo me parezca a tí.
El eco del pas