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El aroma a canela y manzana inundaba la cocina mientras Emma batía enérgicamente la mezcla para el pastel. Sus pequeñas manos sostenían el batidor con determinación, la punta de su nariz manchada de harina. Thomas, a su lado, cortaba las manzanas en rodajas finas, con la precisión de quien ha aprendido que los detalles importan. Cassandra los observaba desde el umbral, con una taza de té entre las manos y el corazón dividido entre la felicidad y el miedo.

—¡Papá, así no! —exclamó Emma entre risas—. Mamá siempre dice que las rodajas tienen que ser más delgadas, como páginas de un libro.

Thomas levantó la mirada hacia Cassandra, una sonrisa cómplice dibujándose en sus labios.

—¿Como páginas de un libro? —preguntó él, arqueando una ceja.

Cassandra se encogió de hombros, acercándose a la isla de la cocina.

—Es la única forma en que entendía cuando era más pequeña —explicó, tomando un trozo de manzana—. Le decía que cada rodaja era como una página, y que juntas contaban una historia dulce.
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