El silencio de la casa era tan denso que Cassandra podía escuchar el latido de su propio corazón. Sentada en el borde de la cama que una vez compartieron, observaba cómo las sombras bailaban en las paredes, proyectadas por la luz de la luna que se filtraba entre las cortinas. Había aceptado quedarse, pero ahora se preguntaba si había sido un error. La casa entera parecía respirar con los recuerdos.
Thomas dormía en el sofá. Lo había insistido él mismo, con esa mirada que ella conocía tan bien—la que decía que no iba a discutir. Cassandra se abrazó a sí misma, sintiendo frío a pesar de la temperatura agradable de la noche. Había algo inquietante en estar bajo el mismo techo después de tanto tiempo, como si los años se hubieran comprimido en un instante y a la vez se hubieran estirado hasta el infinito.
Se levantó y caminó descalza hasta la ventana. Desde allí podía ver el jardín trasero, donde alguna vez habían planeado construir un columpio. Para los hijos que tendrían algún día. Para