Después de las clases improvisadas de coqueteo en la playa, Livia sentía su cuerpo más suelto, más liviano, y, sobre todo, más suyo. Sofía la había empujado con ternura a cruzar la barrera del pudor… y ahora se sentía lista para más.
Esa tarde, después de ducharse y cambiarse, bajaron juntas al lobby, donde el chico de recepción —uno joven, muy sonriente— les recomendó un centro comercial no muy lejos. “Moderno, elegante y con boutiques hermosas”, había dicho.
—Vamos. Que este día se trata de ti —le dijo Sofía mientras subían al auto—. Y aún no hemos terminado con tu entrenamiento.
El centro comercial era amplio, con arquitectura moderna y techos de cristal que dejaban entrar la luz natural. Todo estaba impregnado del olor a perfumes caros y café italiano.
Sofía caminaba como una experta, guiando a Livia entre tiendas de ropa, accesorios, y vitrinas llenas de tentaciones.
Hasta que se detuvo frente a una boutique de lencería elegante. El escaparate mostraba un maniquí con un conjunto