Christian estaba inclinado sobre la mesa de la sala desde hacía más de dos horas, analizando meticulosamente los archivos que Alex había conseguido de la computadora de Elise. Discos duros, impresiones de e-mails, contraseñas y logins, backup de conversaciones, capturas de pantalla de transferencias bancarias —una verdadera montaña de información esparcida frente a nosotros como piezas de un rompecabezas complejo y perturbador.
—¿Descubriste algo? —pregunté, acercándome con dos tazas de café humeante.
Suspiró profundamente, pasándose la mano por el cabello con frustración visible. Había círculos oscuros bajo sus ojos, evidencia de las muchas horas que había pasado intentando descifrar la información.
—¿Además de lo obvio? No mucho —admitió, tomando la taza que le ofrecí y bebiendo un largo sorbo—. Hay conversaciones frecuentes con Francesca, algunas bien íntimas, transferencias bancarias sospechosas, algunos contactos en Europa que no reconozco. Pero nada que sea una confesión direc