Dante soltó la mano de Ariadna. El contacto, un ancla breve en el caos de la confrontación, terminó de forma abrupta. Se apartó, rompiendo la breve intimidad con un movimiento seco y preciso. El aire alrededor de Ariadna se sintió más frío de inmediato, la autoridad de Dante llenando el espacio de nuevo.
—Bien. Ahora, vamos a asegurarnos de que estés cómoda. Te haré un recorrido rápido.
La guio por el inmenso penthouse. Ella era un espectro diminuto en su mundo de lujo frío y mármol pulido. La habitación de huéspedes era grande, con su propio baño de mármol y un balcón privado. El resto del apartamento era vasto y despersonalizado.
—Esta es la oficina. No entres. Es privada —dijo Dante, señalando una puerta de madera oscura con una voz que no admitía réplica.—nunca. ¿Entendido?
—Entendido.
—El balcón de la sala es para fumar y ver la ciudad. Puedes usarlo. No te acerques a las rejas. No quiero muertes accidentales en mi camino.
Ariadna se detuvo frente a la gigantesca ventana panorámi