El ascensor abrió directamente en el penthouse. Ariadna entró despacio. Todavía sentía la cara rígida por la férula y el interior de la nariz adolorido. El analgésico la hacía sentir más liviana, pero no menos cansada.
El lugar estaba tan silencioso como en la mañana. Pero ahora había un olor distinto. Alguien había cocinado.
Ariadna frunció el ceño.
—¿Tú… pediste comida? —preguntó.
Dante cerró la puerta detrás de ellos.
—Tenías que comer. No has probado nada desde anoche.
Ariadna no respondió. Caminó unos pasos hacia la sala, siguiendo el caminar seguro de Dante Volkov. Sobre la mesa del comedor había un mantel claro y varios platos tapados. En lo que aparentemente era la cocina, una mujer de cabello gris recogido en un moño ajustado estaba moviendo unas bandejas.
La señora se giró al verlos.
Debía tener unos 50 años, sonrisa afable y ojos grises.
—Ah, llegaron justo a tiempo. —Sonrió, cálida.— Me llamo Masha. El señor Volkov me pidió preparar algo liviano.
Ariadna parpadeó.
—No te