Capítulo 92.

Narrador omnisciente:

Virginia odiaba la rutina de la cárcel: los pasillos grises, el ruido metálico de las llaves, el olor a humedad y lejía. Cada día parecía alargarse más que el anterior. Pero lo que de verdad la mantenía en pie era el rencor. Ese veneno le recorría las venas y le impedía rendirse.

Gabriela y Jorge.

Esos dos nombres eran suficientes para amargarle la existencia.

Se pasaba las noches en el catre, dándole vueltas a lo mismo: lo que haría cuando estuviera fuera. Porque tenía claro que no iba a esperar a cumplir condena. Su familia no la dejaría tirada allí dentro.

—Pronto —murmuraba, acariciando la cicatriz que cruzaba su mano—. Muy pronto.

Una semana después, su hermano apareció en la sala de visitas. Tenía la misma expresión desafiante que ella y unos ojos fríos que apenas pestañeaban. Se sentaron frente a frente, separados por el cristal, y hablaron a través del teléfono.

—Ya está todo preparado —dijo él en voz baja.

—¿Seguro? —preguntó Virg