Capítulo 36.

Capítulo 36.

Me desperté varias veces con náuseas y una sensación de ansiedad que no se me quitaba del cuerpo. No entendía cómo las podían llamar náuseas matutinas si yo las tenía todo el día. ¡Me sentía morir! Y encima no podía decir nada.

A la mañana siguiente, una de las empleadas dejó una bandeja con el desayuno en mi habitación. Junto al plato, una nota: “Hoy no tienes obligaciones. Descansa. Te quiero.” Ni siquiera me molesté en tocar la comida. Solo el olor del café me revolvía el estómago. La fruta se oxidó lentamente en el plato mientras yo permanecía sentada al borde de la cama, con la vista clavada en el suelo.

Salí del dormitorio unas horas después. Jorge estaba en la cocina, leyendo el periódico como si nada hubiera pasado.

—Buenos días —dijo sin levantar la vista.

—Hola.

—¿Dormiste bien?

—No.

—¿Y eso?

No respondí. El sonido del papel al pasar las hojas del diario era insoportablemente normal. Como si estuviéramos en una vida que no era la mía.

—Estás muy tensa
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