La Luz del Guardián
Elías no estaba en la cripta, ni en el mundo real. Estaba en el vacío. Un abismo negro y gélido, el mismo pozo de desesperación que había consumido a los caídos de su manada. El veneno y la Plaga no lo habían matado, sino que lo habían arrastrado a ese plano de terror absoluto.
A su alrededor, la oscuridad se materializó. Siluetas gigantescas, con garras de obsidiana y risas huecas, se alzaron. Eran los Demonios de su destino, personificaciones de la Maldición ancestral que había envenenado su sangre y la de su gente. Se abalanzaron sobre él, sus formas cadavéricas eran el reflejo de la enfermedad, las venas negras y retorcidas dibujando telarañas sobre una piel que se desintegra. Elías intentó transformarse, intentó rugir, pero su lobo interior era un aullido de agonía, encadenado, impotente. Sintió el frío final reclamándolo.
Estaba perdido.
Justo cuando la sombra de la aniquilación iba a engullirlo, un desgarro se produjo en la negrura. No fue el trueno, sino el