La Fusión del Desastre
La Hacienda Vega se erguía bajo un sol débil, sus ventanales reflejando la paz engañosa de un día cualquiera. Dentro, en el antiguo estudio de botánica de la abuela de Ariadna, el ambiente era de fervor controlado.
—Funcionará, mamá. Lo sabes. El extracto Rhodon no neutraliza la cepa, la engaña. Es la cura que no exige un sacrificio. —Ariadna trazó una línea con su dedo sobre un frasco de ensayo, sus ojos verdes brillando con optimismo.
Elena asintió, una sonrisa aliviada en su rostro. Días después de la propuesta de matrimonio, el futuro ya no se sentía como una sentencia, sino como una promesa que estaban listas para defender.
Un carraspeo agudo rompió la concentración.
Carlos, el tío de Ariadna y, para bien o para mal, el primo de Elena, estaba parado en el umbral, sin haber sido invitado ni anunciado. Su traje de diseñador se veía impecable, su expresión distante y aburrida, la típica máscara de sátrapa desinteresado con la que ocultaba sus maquinaciones.
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