El Sádico en el Trono
El gran Salón del Consejo, la joya arquitectónica del complejo Luna Sombría, era ahora un reflejo apocalíptico del estado de la manada. Las paredes de mármol gris estaban astilladas y manchadas de hollín, la inmensa mesa de roble partida por la mitad por la fuerza de la revuelta, y el aire olía a pólvora, sangre y miedo. El caos era la nueva bandera de Víctor.
Víctor se paseaba con una arrogancia depredadora frente a un mapa táctico desplegado sobre el suelo. No era un Alfa, era un tirano, y la euforia del poder absoluto lo había liberado de toda restricción. Vestía ropas de combate rasgadas, y una sonrisa de loco se curvaba en sus labios.
—Quiero reportes cada hora sobre los leales a Thorne que se esconden en las fronteras del Sur —ordenó, su voz rasposa pero cargada de autoridad. Se dirigió a un subordinado pálido—. ¿Los pelotones de caza han exterminado a los ancianos del Consejo que se negaron a jurarme lealtad? No quiero más sombras de Thorne en mi camino.