Constanza entendió que ser una Maidalkini era ser fuerte, era aceptar sus responsabilidades y cumplir con su deber de forma impecable. La boda se celebró en primavera, las flores estaban más hermosas que nunca, el olor a limón invadia los jardines de la iglesia de la ciudad.
-Nerviosa? - le preguntò Ricardo mientras se sacudìa y se restregaba las manos.
Parecía màs nervioso que ella, en efecto, ella no estaba nerviosa, simplemente melancólica recordando que había sido en un día de primavera, cuando el aire olía justo así, porque el cítrico de los limones que colgaban de su àrbol favorito se juntaban con el viento, que lo había conocido.
Constanza sonrió un momento y después suspiró, no le debía importar quien estaba en ese altar sino que estaba y en él estaba el comercio que su padre necesitaba para mantener a flote la villa y las familias que vivían en ella, Carmina, la cocinera que le había siempre preparado platillos deliciosos, Alessio que había sido el mensajero de tanta