Maddison
Las palabras de Vanessa se repiten en mi cabeza mientras me aferro a la copa que Andrew puso en mi mano. El cristal helado me ayuda a concentrarme, a no dejar que mi corazón se desborde. El salón está lleno de murmullos y felicitaciones, como si el anuncio de Vanessa fuera una bendición para todos. Excepto para mí.
Me siento como una invitada en mi propia vida. Miro a Derek, que intenta mantener la compostura, pero sus ojos me buscan como un criminal que teme que lo descubran. No sé qué me duele más: la posibilidad de que Vanessa diga la verdad o la forma en que él me oculta la suya. ¿Y si realmente es cierto? ¿Y si ese hijo que ella carga es suyo? La sola idea me quema por dentro.
Andrew me toma de la mano, su toque cálido contrasta con el frío que me envuelve el pecho.
—Vámonos de aquí, Maddison —me susurra con firmeza—. No tienes que quedarte ni un minuto más.
Lo miro y asiento. No me quedan fuerzas para quedarme ni para pelear, ni siquiera para seguir respirando el mismo