CAPÍTULO 47: EL AUTO ES TESTIGO
Maddison
Me toma del rostro como si temiera que desapareciera. Sus manos tiemblan apenas, pero hay una fuerza en ellas, como si luchara contra sí mismo para no romperme… o no romperse él. Su boca cae sobre la mía, desesperada de deseo y culpa, con la ansiedad del que besa algo que creyó perdido para siempre.
No es un beso suave, ni dulce, ni mucho menos inocente. Es un beso que duele, que busca, que exige. Me besa como si pudiera pedirme perdón sin palabras, como si su lengua pudiera decirme lo que su orgullo no sabe cómo pronunciar.
Y yo le respondo con el mismo fuego con el que aprendí a sobrevivir. Con rabia, con hambre, con la furia de una herida que no ha sanado. Lo beso sabiendo que esto es una batalla, no una reconciliación y si va a tocarme, será bajo mis condiciones.
Mis uñas se aferran a su camisa, la arrugan, la jalan hacia mí. Su aliento se mezcla con el mío mientras nuestras bocas se reencuentran una y otra vez, cada vez más profundo, más u