Maddison
Una semana después…
El calor de su cuerpo todavía arde en mi piel cuando me acomodo en la cama, jadeando, con las sábanas enredadas entre mis piernas y el pulso desbocado. Derek está a mi lado, sin camisa, con el pecho subiendo y bajando al mismo ritmo que el mío. Sus dedos recorren la línea de mi cadera como solía hacerlo antes.
—Una vez me dijiste que no querías volver a ser mi amante —dice de pronto, con la voz ronca, rota por el deseo, pero también por algo más profundo, algo parecido al remordimiento.
Me giro hacia él y lo miro. Su mirada está fija en mí, vulnerable, como si esperara que esas palabras fueran a repetirse. Sonrío.
—Eso fue hace mucho —le respondo con suavidad, rozando sus labios con los míos—. La mujer que te dijo eso ya no existe.
Y es verdad, la Maddison que lloraba en silencio por él, la que esperaba que la eligiera, la que se aferraba a migajas, quedó sepultada bajo el peso de la traición y la cárcel. La de ahora sabe jugar, la de ahora también miente.