CAPÍTULO 28: LA AMENAZA DEL APELLIDO KINGSLEY
Derek
El sonido de mis propios pasos resuena cuando cruzo el vestíbulo de la mansión. Es temprano, pero ya quiero un trago. No he dormido desde que supe dónde está y vi a Andrew Morgan entrando como perro por su casa al departamento de Maddison.
La mansión Kingsley huele a dinero viejo, a poder enquistado entre paredes cubiertas de historia y secretos, pero esta mañana, huele a algo más, a tensión.
—Estás en casa —dice una voz grave detrás de mí.
Me detengo y doy la vuelta. Mi abuelo, impecable como siempre con su bastón de madera negra y ese maldito aire de superioridad me mira inquisitivo.
—Necesito hablar contigo —dice sin rodeos.
Lo acompaño al despacho. Él cierra la puerta con un clic sordo y se sienta frente a mí. Se toma su tiempo, como si disfrutara alargar el silencio, yo no parpadeo.
—Conocí a la chica —dice por fin.
Me quedo quieto.
—¿Qué chica?
—No te hagas el tonto, Derek. Ya sabes de quién hablo —responde con esa sonrisa hela