Andrew
El camino de regreso a casa es un silencio tenso, ninguno se atreve a decir nada. Maddison va sentada en el asiento del copiloto, mirando por la ventana como si buscara algo entre las sombras, como si necesitara ver con sus propios ojos que el mundo sigue girando.
Yo solo aprieto el volante. La rabia aún me arde en el pecho. Verla ahí, encerrada, con el rostro pálido y la mirada apagada... fue como ver una mariposa atrapada en un frasco de cristal, sin aire, sin esperanza. Y no sé si fue eso, o la injusticia evidente, lo que me hizo pagar esa maldit4 fianza sin pensarlo dos veces, aunque ponga en riesgo todo.
Cuando llegamos, apago el motor y corro a abrirle la puerta. Ella baja despacio, como si cada paso pesara más que el anterior. Le abro la puerta de su departamento y cuando entra, se detiene. Se queda ahí, en la entrada, como si estuviese reviviendo los recuerdos.
—Estás a salvo —le digo en voz baja—. Aquí nadie va a tocarte.
Ella asiente apenas, sin mirarme y camina hacia