29. Sin prejuicios ni temores
Regina no se dio cuenta del momento en el que se quedó dormida, con Dash a su lado y solo se despertó cuando escuchó la puerta abrirse. El ruido la sobresaltó, su corazón se agitó dentro de su pecho casi con violencia, estaba del lado contrario de la puerta y no había manera de conseguir ver al intruso. Se movió ligeramente y entonces se giró y lanzó sobre la sombra que deambulaba en la habitación.
—¡Aah…! —gritó Serafina, cuando su cuerpo fue impactado por Regina, eso la hizo tropezar y caer sobre la cama.
—¿Quién eres?
—¡Soy yo, mi señora, Serafina!
Regina se apartó con rapidez, pues la aplastaba con su peso.
—¿A dónde has ido a esta hora? —preguntó, sentándose a la orilla de la cama, viendo a su doncella vestida con la misma ropa de esa mañana—. ¿Vienes de las caballerizas?
Serafina apretó sus enaguas, estaba nerviosa y sus mejillas le quemaban, era una suerte que los rayos de la luna que se colaban por las rendijas, no iluminaran la habitación.
—Sí, vengo de las caballerizas.
Regi