Verella dejó la maleta en el suelo y se quitó el grueso abrigo que la envolvía. Miró a su alrededor: la casa estaba muy silenciosa. Estaba segura de que Bastian y Carmen estaban en casa.
«¿Se están acostando a mis espaldas?», pensó Verella, levantando las cejas.
Subió las escaleras para ver si su esposo estaba en su habitación o quizá en la habitación de la chica, la chica que había contratado para concebir un hijo para ellos.
«Bastian...».
Los pasos de Verella se acercaban, pero la planta superior parecía desierta.
«Bastian», repitió Verella y empujó la puerta del dormitorio. Estaba vacío. No había nadie en su dormitorio principal, pero sus ojos se fijaron en la puerta cerrada del baño.
«Bastian debe de estar duchándose», murmuró Verella. Se quitó los tacones y se deslizó fuera del ajustado vestido negro que llevaba, dejando su cuerpo envuelto solo en ropa interior fina.
Verella entró con confianza en el baño,