Berlín, Alemania
Emilia
Ha pasado una semana. Siete días contados en respiraciones contenidas y pasos medidos. En vigilancia sutil y mentiras sostenidas. Y, al fin, esta noche, me siento lista.
Durante días me aseguré de hacerme invisible. Noté cómo los hombres de mi padre iban desapareciendo uno a uno. Las miradas sospechosas en la calle, los autos con los vidrios polarizados estacionados frente al edificio, incluso el ruido sordo de las pisadas detrás de mí… Todo eso ha cesado.
Pero los hombres de Viktor… Ellos siguen ahí. Saben ocultarse mejor. No son tan obvios. Y, sin embargo, no me importan. No son mi enemigo, al menos no por ahora.
Reinhard lo es. Mi padre es la peor amenaza a mi vida en estos momentos.
Es por él que camino por el apartamento en ropa interior mientras el secador de cabello zumba en la otra habitación. La peluca rubia platino ya está lista, junto a una pequeña caja con maquillaje nuevo. Me observo en el espejo del baño con frialdad quirúrgica, como si evaluara