Berlín, Alemania
Viktor
Al día siguiente, tenemos la mesa del despacho cubierta de papeles, laptops abiertas y café frío. Son casi las dos de la mañana, pero ninguno de nosotros tiene intención de dormir. No todavía.
Emilia se sienta frente a mí, el rostro iluminado por la luz tenue de la lámpara. Tiene una expresión que reconozco demasiado bien: determinación. Sus ojos se mueven por los documentos como si fueran piezas de un rompecabezas que está armando con meticulosidad quirúrgica. A su lado, Konstantin bebe lentamente de una taza y la observa con esa media sonrisa suya, burlona, como si disfrutara ver cómo ella se mueve en terreno que antes le era ajeno.
—¿Estás seguro de esto? —pregunto, con el ceño fruncido mientras señalo la hoja que Emilia acaba de empujar hacia el centro de la mesa—. Este tipo… Friedrich Kohl. ¿Qué tan profundo está con Reinhard?
—Más de lo que parece —dice Emilia sin dudar—. Lo encontré mencionado en varios informes que robé. Tiene una red de distribución qu