Sin saber quién eres.
Me siento calmada cuando por fin estoy acomodada en mi escritorio, trabajando sin que nadie me moleste. La cabeza hecha un nudo, sí, pero al menos tranquila.
—Natali no vendrá hoy, está indispuesta dice —me explica Sam guardándose el móvil.
—¡Oh!... bueno en realidad me extrañó ver su silla vacía —respondo, intento no mostrar mi alegría por la ausencia de esa arpía.
Unos golpes secos resuenan en la puerta.
—¡Adelante! —grita Sam sin moverse.
—Disculpen… pero necesito a Estela —susurra Miranda desde la puerta entreabierta, asomando apenas sus ojos intensos y esas manos afiladas que siempre parecen estudiar todo.
—¿Para qué? —inquiere Sam, confundido, mirándome a mí y luego a la insistente Miranda.
—Necesito ayuda con las ventas de los Audi.
Sam vuelve a rodar los ojos. Intercambiamos una mirada nerviosa y, al final, cedo.
Me levanto con toda la amabilidad del mundo para ayudarla.
—¡Gracias, Estela!… pero además necesito pedirte un favor —susurra, mirando a los lados mientras camina fir