Capítulo 2
Sostenía un ramo de rosas rojas en la mano, sin una pizca de culpa en el rostro.

—Sofía, esto es para ti. Tus rosas rojas favoritas.

Tomé las flores. El aroma que antes tanto amaba, ahora me resultaba repulsivo.

Iván me miró en silencio un largo momento, antes de decir:

—Sofía… Elena tiene cáncer gástrico. Los médicos dicen que no le queda mucho tiempo. Su último deseo es celebrar una boda conmigo. Por eso… —hizo una pausa— me comprometeré con ella en tres días. Siempre eres comprensiva. Entenderás, ¿verdad?

Lo miré fijamente. Aquel hombre me resultaba completamente extraño.

¿Era este el hombre del que me había enamorado hacía cinco años?

—Está bien —asentí en silencio.

Iván pareció sorprenderse. Quizá no esperaba que aceptara con tanta facilidad.

Claro. Antes solía decir que era caprichosa, inmadura y posesiva. Me enfadaba si cualquier mujer se le acercaba, nada que ver con otras novias comprensivas.

Y ahora, cuando no me alteré por que se fuera a comprometer con otra, él se sorprendió.

Pareció sentirse algo culpable. Continuó explicando:

—Sofía, sabía que lo entenderías. Cuando esto termine, nos casaremos. A Elena solo le quedan un par de meses.

Bajé la vista hacia las rosas en mis manos. Un nudo doloroso se apretó en mi pecho.

—Está bien.

Asentí de nuevo, sin vacilar.

Iván me miró, y una emoción compleja brilló en sus ojos.

—Gracias, Sofía.

Se acercó e intentó acariciar mi mejilla. Yo simulé acomodar las flores en un jarrón, esquivando su contacto.

Hacía apenas unas horas, había estado tomado de la mano de Elena. No quería que me tocara sin antes habérselas lavado.

Todavía llevaba en la ropa los restos de su perfume que ahora solo me provocaba huir.

Iván frunció el ceño, molesto al notar mi rechazo:

—¿Sofía?

En todos estos años, jamás lo había rechazado.

—Estoy cansada. Necesito descansar.

Sin mirarlo, me dirigí directamente hacia la habitación.

Él observó mi actitud fría y distante, y la irritación estalló en su voz:

—¿Qué te pasa, Sofía? ¡Te he dicho que Elena se está muriendo! ¿No podrías ser un poco más madura?

Dicho esto, se marchó.

La puerta de la villa se cerró. Miré la estancia vacía y solo sentí una paz absoluta.

Arrojé las rosas rojas de Iván al mismo basurero donde había tirado el pastel.

Y entonces comencé a empacar.

En cinco años, había comprado tantas cosas que casi había llenado esta villa.

Pero ahora, al empacar, me di cuenta de que en realidad no quedaba nada por lo que valiera la pena. Ropa, zapatos, bolsos todo fue directo a basura.

En cuanto a los recuerdos de nosotros tampoco los quise conservar.
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