Javier sonrió y me alargó la caja que sostenía:
—Es un regalo que elegí especialmente para ti. A ver si te gusta.
—¿Un regalo? —pregunté, sorprendida.
Al abrir la caja, mis ojos se abrieron de par en par.
El vestido estaba confeccionado en terciopelo blanco, bordado con delicados encajes y minúsculos diamantes que centelleaban bajo la luz del sol.
Extendí la mano para tocarlo. La textura era exquisita, la confección impecable.
Pero, más allá de eso, me resultaba familiar.
El día de mis dieciocho años, asistí a una subasta con mi madre.
Allí, me enamoré de este vestido a primera vista.
Sin embargo, alguien más se llevó la puja final.
Nunca imaginé que, tantos años después, volvería a verlo.
—Javier, ¿cómo… cómo lo encontraste?
Él sonrió suavemente:
—Si lo deseas, siempre encontraré la manera.
—¿Te gusta?
Asentí, con los ojos brillando:
—Me encanta. ¡Muchísimo!
—Pero ¿cómo sabes que me gusta este vestido?
Javier me miró con ternura:
—Sofía, una vez me salvaste la vida.
—