Juegos de poder y desprecio

La herida en mi costado latía, el dolor era un recordatorio constante de la traición de Kael y de la muerte de los cuatro lobos que no regresarían a casa. Cada punzada era un mensaje: "Confía en nadie, ni siquiera en el lobo que comparte tu techo." Y vaya si lo estaba aprendiendo.

Los días siguientes a mi regreso del infierno en los riscos, dormía con un ojo abierto, con Lykan pegado a mi pecho y mi cuchillo bajo la almohada. Lira, mi loba, estaba en un estado de alerta perpetua, gruñendo ante cada sombra, desconfiando de cada olor que no fuera el de los nuestros. "El del Norte huele a ambición," rumiaba en mi interior, con desprecio. "Y a mentiras. A muchas, muchas mentiras."*

Kael, por su parte, había cambiado su táctica, la confrontación directa había fracasado; yo me había plantado frente a él, y lo había desafiado. Ahora, el muy hijo de puta intentaba algo más sutil, más insidioso. El juego del poder y la atracción forzada.

La primera vez que lo noté fue dos días después, duran
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